Los creyentes que emigraron, contribuyeron con sus bienes y combatieron por la causa de Dios, son aliados de aquellos que les dieron refugio y socorro. En cambio, a quienes no emigraron no tienen la obligación de socorrerlos hasta que emigren. Pero si piden que los auxilien para preservar su religión, deben hacerlo, salvo que se encuentren en un pueblo con el que ustedes hayan celebrado un pacto. Dios ve bien lo que hacen.